Lo que a diario nos acecha

“Morir bien es morir a tiempo. No hay peor infierno que el de asistir a las exequias del propio deseo. Al funeral de nuestras pasiones. No hay castigo mayor que el de verse integrando su cortejo fúnebre. La muerte no es, por eso y para mí, lo que sigue a la vida. Sino lo que a diario nos acecha. Lo que nos esteriliza. Lo que encallece la piel. La ausencia de propósito, la apatía, el desapego a los seres cuyo trato nos constituye en personas. La muerte es vida seca, marchita. Ésa es la muerte que mata y no la que viene después. Por eso, imploremos: que la muerte nos sorprenda sedientos todavía, ejerciendo la alegría de crear. Que nos apague cuando aún estamos encendidos.”

Me encanta este texto de 𝗦𝗮𝗻𝘁𝗶𝗮𝗴𝗼 𝗞𝗼𝘃𝗮𝗱𝗹𝗼𝗳𝗳, porque nos invita a «morir a tiempo», a reflexionar sobre esta vida que estamos llevando. Muchos vivimos como zombis, marchitos, sin propósito, apáticos. ¿Les suena? Seguro que todos conocemos a alguien que nos transmite esa sensación. Para mí eso es el verdadero infierno, asistir a tu propio funeral.

Si estás en ese infierno estás a tiempo de despertar, de encontrar el propósito de tu vida y de reencontrarte con tu propia esencia, que siempre estuvo y estará ahí, muy cerca de ti, dentro de tí.

Siempre cuento en mis charlas la experiencia de aprendizaje que me dejó la muerte de mi hija y su posterior duelo. Y digo que antes de sufrir esa pérdida tan grande yo era una analfabeta emocional. Y también una analfabeta espiritual. Viví así, como una zombi, durante mucho tiempo. Aún así agradezco a aquella analfabeta todo lo que hizo por mí, pero no quiero volver a esa «vida». Porque ahora tengo un propósito y quiero que mi piel se siga encallosando, la alegría sale de muy dentro de mi y no se apaga a la primera de cambio. Por supuesto que tengo momentos tristes, pero se que mi esencia como ser espiritual no es solo tristeza, que estoy aquí para dar mucho mas que eso.

Quiero invitarles a escuchar y participar en una de mis charlas, no quedarán indiferentes y no solamente por lo que mi experiencia les pueda transmitir, sino porque cada charla tiene un público diferente que tiene mucho que contar y compartir. Y eso es lo que nos enriquece como seres humanos, la escucha profunda. Practiquémosla.

¿Hablamos?